Después de más de dos lustros he vuelto a deambular por las calles y plazas de este barrio histórico de la ciudad siempre envuelto en polémicas debido a su reforma y rehabilitación; es el típico pueblo marinero hasta que ya hace años la playa que tenía se la comió el Puerto. La verdad es que ha sido un barrio marginado por los grandes poderes especulativos. A pesar de ello sobrevive al paso del tiempo. Hay que recordar, como reflejan los historiadores, que fue también un lazareto, donde se ocultaban a los leprosos. Una historia muy interesante que algún día habrá que abordar.

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Todos nos acordamos de ir con tranvía a Benimar, que costaba 1 pesetas 65 céntimos ida y vuelta, y participar en sus escuelas deportivas, llegó a tener un equipo de fútbol el Atlético Benimar CF, todo creado por el antaño arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea.

No quiero dejar pasar una anécdota curiosa. Por su situación, como es lógico, se podía bañar en la playa; también había una alternativa y era bañarse en la piscina, pero con una condición había que hacerlo colocándose una camiseta de las que llamaban de espora, por aquello de no mostrar los pechos masculinos. Cosa de la Iglesia!!.

La otra playa era Mar Azul, de entrada libre donde estaba un merendero con emparrado de cañizos que, dicho sea de paso, hacía el agosto. Era el único que tenía cabinas para cambiarse de ropa y una larga barra de bar y pequeña cocina donde podía encargar la comida, aunque la gente, eminentemente trabajadora, era más de bocadillo y otros manjares realizados en casa.

La calle Mayor de Nazaret continúa siendo la entrada principal a la barriada una vez bajas por el Puente de Astilleros y te diriges a la izquierda. Como tal calle mayor era, ahora no tanto, la vía destacada donde antaño se levantaba aún que otro palacete y edificios de nombre factura y en la misma se situaba el tejido comercial más importante.

 

Recuerdo que al final de esta calle estaba el retén y posteriormente si situó el cuartel de la Guardia Civil, ahora existe un vallado, donde el comandante del puesto era  muy conocido en la zona por su bondad y, sobre todo, por sus poblados y gruesos bigotes.

 

Continuando por una de sus calles se sale a un lugar y cruce de caminos donde en el año 1988 estaban ubicadas las conocidas popularmente por Casitas de Papel, habitadas por la etnia gitana que se ganaba la vida “trapicheando”. Unos amigos me dijeron que allí vivía El Chele, el rey de los gitanos y ni corto ni perezoso concerté una entrevista con él en su “chabolo”. Cabe destacar que fue amabilísimo y contó muchas cosas.

 

De esta forma supimos que El Chele fue visitado por los Reyes de España en una de sus visitas y desde esa visita se le llamó “el rey de los gitanos”. Era oriundo de Cataluña, vendía relojes y tejidos. Tenía 11 hijos y 17 nietos. La verdad es que era un importante personaje. Todos acudían a pedirle consejo y asesoramiento tanto los gitanos como los que ellos llaman “payos” e intermediaba con los abogados cuando surgía algún problema de su gente. Hicimos tan buena  amistad que el diario LAS PROVINCIAS fue invitado a la boda de una de sus hijas en la iglesia de La Punta. No hablaré de los invitados, había de todo tipo y, eso sí, un parking de coches de locura. El enlace y posterior festejo, que tuvo lugar en la sala Rosiña, cerrada en exclusiva para la boda que duró tres días.

 

Entre las calles Alta del Mar y Baja del Mar se encuentra la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Desamparados cuya fachada da a una plazoleta con cierto regusto de pueblo. El templo fue erigido en 1958, después de la riada de 1957, por la Dirección de Regiones Devastadas. La fachada es funcional y moderna. A la izquierda se alza un campanario que yo diría más bien espadaña, para las campanas, rematado por una cruz de hierro.

 

Con anterioridad, en el siglo XVIII, consta que hubo una ermita en la calle Mayor. En el año 1978 fue entronizada la patrona de Nazaret, la Virgen de los Desamparados, cuya primitiva imagen se destruyó en 1936.

 

Aún hay un resto de recuerdos, anécdotas y acontecimientos que dejaré para una segunda parte por aquello de no hacer tediosa su lectura.