Durante estos días centenares de ciberfelicitaciones nos llegan a todos con deseos de felicidad, se acabó el procedimiento epistolar aunque un reducido sector de la sociedad aún lo mantiene y tienes su encanto. Lo esencial no es el procedimiento, en esa ofensiva de bondad navideña, lo esencial es la intención. Y la intención es siempre buena por lo menos así lo pienso.
Por todo ello pienso que en Navidad el mal se toma vacaciones. ¡Ha trabajado tanto durante el año! Ahora le queda libre el campo al espíritu bueno, y por eso todas las sonrisas siembran alegrías y todos los mensajes respiran paz. Todo es un ensayo general de bondad.
Y esta tregua navideña suele respetarla todo el mundo. Y las pequeñas guerras, las pequeñas querellas privadas o familiares se suspenden también “hasta después de las fiestas”.
Lamentablemente sabemos que la ofensiva general de bondad no tiene un aire resuelto, de definitivo, de cruzada. Sabemos y sentimos que volveremos a las andadas, aunque en estos días parezca imprudente recordarlo. Pero eso no quita que el oasis navideño y la tregua de Dios no sea ya una especie de milagro que organizamos cada año cuando el calendario nos recuerda que ha llegado la hora.
Y entonces podemos comprobar que todavía podemos ser buenos, que todo el mundo puede serlo todavía. Pensándolo mejor, uno diría incluso que eso de saber que la atmósfera de cordialidad se irá disolviendo después de fiestas, que la temperatura de benevolencia colectiva irá cayendo poco a poco, que seguiremos siendo los mismos de siempre, aunque estos días parezcamos mejores, no es al fin de cuentas ningún mal, porque nos libra de caer en la trampa de una engañosa ilusión de suficiencia. La Navidad es lo que tiene que, en ocasiones, se toma vacaciones.