El máximo organismo fallero, la Junta Central Fallera, celebró el pasado miércoles su reglamentario pleno de disolución. Nada nuevo bajo el sol. Los componentes que restan en la casa lo son con carácter de provisionalidad, a excepción del secretario general y su presidente ejecutivo que son fijos en una quiniela que el mundo fallero arde en interés en saber qué cambios van a tener lugar. Habrá que esperar un poco para saberlo, aunque temo que a estas alturas del partido “los pretorianos” del edil Lledó, dentro y fuera de la Junta ya están fijos o por lo menos comprometidos.
El nuevo ejercicio nos llega cargado de incertidumbres a nivel global. La crisis económica continúa dando coletazos, cada vez con mayor fuerza, y las comisiones, todas sin excepción, consumen horas y horas intentado que sus proyectos e ilusiones cuadren con los fríos número del presupuesto, en ocasiones harto difícil.
Y en ese calvario también están los artistas falleros a los que se contrata, a priori, con cifras a la baja; presupuestos que si el año da bien se puede aumentar.
Por otro lado una de las incógnitas que devana la sesera a grupos falleros es el del cambio en la Junta Central Fallera. La llegada de un nuevo presidente ejecutivo del organismo fallero, el concejal Francisco Lledó, presupone que debe tomar el toro por los cuernos y cambiar a aquellos que a su juicio, tras varios meses de conocerlos y, sobre todo, contemplar sus actuaciones no le sirvan para su nuevo proyecto, porque nuevo debe ser para que dinamice la actividad de sus delegaciones y, sobre todo, que las actuaciones que éste o aquel delegado tome esté siempre respaldada por el concejal. La actuación y compromiso de un integrante de la Junta Central Fallera no puede quedar nunca con el culo al aire.
El refrán que dice: “Donde dije digo, digo Diego” debe erradicarse para siempre, de lo contrario la fiesta volverá a bailar con lobos. Sí, antes de que me lo pregunten, Kevin Costner no será vicepresidente.