Un año más y fieles a la tradición la Cofradía de Clavariesas y Junta de Fiestas de la Virgen de Campanar presididas por mi buen amigo Vicente Guillot, un todo terreno, ha sacado la fiesta a la calle bajo el amparo de esa pequeña imagen que, según la tradición oral, encontró un albañil cuando realizaba obras en la iglesia un 19 de febrero de 1596.

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Aunque sea una vez al año acercarme a Campanar me trae gratos recuerdos de mi infancia, sobre todo por aquello de haber tenido lazos familiares paternos en la población y en consecuencia de obligada visita.

La transformación a que estaba destinada  la población de Campanar era impensable antaño y, sobre todo, que su amplia y espaciosa huerta dominada por las acequias de Rascanya y Mestalla cuyas aguas llegaba a esos campos y que eran el medio de vida del hombre de la huerta desaparecerían.

Recuerdo que para ir a la población se pasaba por el llamado “fielato”, pequeña oficina de impuestos municipales, después de atravesar el Camino de Trásitos y por caminos de huerta se llegaba a la población.

Con el paso de los años contemplé, en mis sucesivas visitas, como la presión urbanística fue sacrificando lo mejor de la huerta y modernos bloques de viviendas fueron apareciendo junto a surcos del patatal, de las cebollas y hortalizas de invierno y de verano, sin olvidarnos de los “nabos de Campanar”, los mejores para hacer un buen arrós en fesols i naps, según los especialistas. Hoy, ya ni eso. Es el tributo que hay que pagar al llamado progreso.

¿Y los molinos? En antiguas crónicas aparece el Molí Nou, el dels Frares, de Llovera, dels Pobres, del Sol, del Comte, de Sant Pere y el de la Marquesa, entre otros, desaparecidos y con ellos los recuerdos de cómo los molineros, muy importantes en Campanar, descargaban el trigo y cargaban la harina en enormes carros tirados por los típicos “rosins”.

La verdad es que las tierras y las huertas las compraron los constructores y los agricultores, quizás, recolectaron la cosecha de su vida. Todo cambió. Sin embargo, admiro como el pueblo de Campanar ha sabido conservar sus fiestas, costumbres, tradiciones, devociones y procesiones  que hace que recordar que todo sigue vivo entre sus gentes. Un ejemplo, les invito a que cada 19 de febrero, fecha conmemorativa del hallazgo de la pequeña imagen, como señalaba al principio, se acerquen para vivir los festejos en honor de la Virgen de Campanar y, sobre todo, saborear lo que sus calles aún mantienen de pueblo, entre ellas, Maestro Bagant, Barón de Barcheta, Mossen Rausell y Grabador Enguídanos, en ésta última se mantienen en pie dos casas típicas con sus estructuras de antaño, bien conservadas y un edificio tapiado y en mal estado en el que antaño se hallaba El Cafetí de Gallera, punto de encuentro de visitantes y oriundos del pueblo para almorzar y preparar las partidas de “pilota valenciana a llargues”. Un lujo que se da en pocos lugares.