El Barrio de la Aguja, situado junto a la avenida del Cid y las transitadas calles Burgos y Salvador Ferrandiz Luna, es un exclusivo microcosmo urbano que permanece inalterable pese a sus 79 años de existencia y los gigantescos edificios que lo rodean e intentan ahogarlo, sin conseguirlo. Calles y viviendas sencillas, compuestas de planta baja y piso, sorprenden al viandante que se acerca a este remanso de paz, en el que destaca la afabilidad de sus gentes.

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Como curiosidad cabe destacar que todas las calles están rotuladas con advocaciones marianas, como por ejemplo, calle de la Virgen del Lluch, del Rebollet, de Agres o de las Injurias; en algunas de ellas se muestran azulejos artísticos en los que destaca la imagen que da nombre a la calle, como también podemos contemplar los azulejos conmemorativos del 75 aniversario de la inauguración de dichas casas.

Uno de estos retablos de azulejería está situado sobre una alta valla que rodea un solar donde en un gran cartel anuncia que allí se levantará la iglesia parroquial de Santa Inés; una más de las del convenio llamado de la Almoina, suscrito entre el arzobispado y el ayuntamiento; edificación que brilla por su ausencia después de publicitarse hace más de cuatro años, tiempo también de mi última visita.

Muy cerca de este solar se levanta majestuoso y por encima de las casas un enorme depósito de agua, de los pocos que quedan, cuyo líquido elemento procede de un pozo y era para servicio de las casas, aunque gocen de agua potable. La apariencia exterior nos apunta a que está fuera de servicio.

En la zona se levanta la llamada alquería de La Ponsa, datada en el XIX y protegida por el Ayuntamiento, según dice Alfonso Cortell, vecino de la calle Burgos y antiguo propietario de una de las casas ya desaparecidas. «Estamos muy contentos porque no la van a tirar, la quieren rehabilitar. Sobre el uso que le darán se habla mucho, aunque en definitivo no se sabe nada. Para el barrio es importante, es como una seña más de identidad porque van quedando muy pocas alquerías». Esto es lo que me señalaba hace cerca de cinco año, fecha de mi última visita a la zona y motivo de un amplio reportaje para LAS PROVINCIAS que hoy recupero y actualizo.

He vuelto a charlar con el señor Cortell, ante una humeante taza de café en el bar Turís, acerca de la antigua alquería. “No han hecho nada, se han limitado a tapiar puertas y ventanas y añadir una edificación que no sabemos de que va. La verdad es que está abandonada”.

Alfonso, también recuerda que antes de la guerra se celebraban veladas teatrales en las calles y que una imagen de la Virgen de los Desamparados visitaba cada mes una de las casas. “Sería muy interesante saber dónde está esa imagen de la Virgen, era pequeña y se guardaba en una arqueta de madera”, añade.

Actualmente permanecen en pie cerca de una cincuentena de estas casas. Los cronistas de antaño relatan que en su momento se edificaron 65 hogares, como fruto de una obra social nacida en los albores del siglos XX y gracias al tesón del canónigo de la Catedral, Manuel Pérez Arnal, que funda el llamado Sindicato de la Aguja y Similares; asociación que años más tarde se conocería como Obra Social Femenina de Nuestra Señora de los Desamparados.

La institución creada por Manuel Pérez Arnal, natural de Náquera, con el paso de los años toma nuevos proyectos sociales, uno de ellos es la creación de una Cooperativa de Casas Baratas. La iniciativa contempla la edificación de grupos de viviendas en distintos puntos de la ciudad, uno de ellos, el que hoy nos ocupa, el de la Virgen de los Desamparados, conocido por Barrio de la Aguja.