Más de 25 años le costó al Ayuntamiento terminar el proyecto del Museo Fallero que se ponía en marcha en 1968 cuando se compró al Ejército la que había sido prisión militar de Monteolivete. La adquisición del inmueble, según me relató mi buen amigo Juan Bautista Martí Belda, a la sazón ex concejal y ex presidente de la Junta Central Fallera, la gestionó personalmente en Madrid y tuvo lugar en 1968 por nueve millones de pesetas en una subasta del Ejército; tras la compra se cedió a la Junta Central Fallera.

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Cabe destacar que Vicente González Lizondo fue el entusiasta artífice de que se pusiera en marcha la rehabilitación del edificio, como así recordó la alcaldesa, Rita Barberá, el día de su inauguración un 4 de marzo de 1995: “Hoy tenemos que decir muchas veces que tenemos un edificio digno, y tenemos que dar las gracias a todos los partidos políticos del Ayuntamiento que unidos han hecho posible que hoy inauguremos la rehabilitación de este bello edificio, del que fue entusiasta iniciador Vicente González Lizondo y buen gestor Santiago Cerviño, respaldado por el Ayuntamiento”.

La visita al Museo Fallero, siempre recomendable, nos pone en contacto con verdaderas glorias artesanas, al contemplar obras, entre otros, de Vicente Benedito, Regino Mas, Canet, Roda, Sabina, Giménez Cotanda, Modesto González, Julián Puche, Vicente Agulleiro, Miguel Santaeulalia, cuyas obras como testigos mudos de otras épocas nos muestran su grandeza.

En el museo de Monteolivete la exposición de los ninots se reparte en dos pisos. En la planta baja figuran los más antiguos, como ‘Iaia i néta’, obra de Vicent Benedito de 1934 que fue reproducida por Josep Azpeitia en 1995 o ‘Familia de turistas indios’, de 1956, obra de Joan Huerta Gasset. Pero la realidad es que así como en este primer recorrido los ninots indultats se muestran una separación adecuada para ser observados por curiosos o expertos, la cosa cambia en el segundo piso. Las piezas comienzan a tener menos espacio.

El ninot ‘Pilota valenciana’ de Latorre y Sanz (1999), comparte un ajustado hueco con el ninot infantil ‘Un món d’il.lusions’ de Callejas y Ferri; ‘Cousteau’, también de Latorre y Sanz (1998); con ‘Safari’, de Bernat Estela (1999); ‘Quant de conte’ de Xavier y Josep Luis Santes (2000); ‘L’Embogador’ de Latorre y Sanz (2000) y ‘Es xopà…¡fins la iaia! (2001) de estos últimos.

También es llamativo que en una pequeña sala comparten protagonismo cuatro ninots grandes y tres pequeños con firmas merecedoras de un mejor acomodo como Fede Ferrer; Paco López Albert; Pedro Rodríguez; Joan S. Blanch y María Valero. Además, los ninots indultats de 2011: el Vicente Ferrer de Pedro M. Rodríguez y la bailarina de Manolo Algarra se han quedado sin sala y se exponen en un pasillo, al lado de un ascensor.

El espacio museístico actual no da para más y, aunque el Ayuntamiento en los últimos años ha manifestado su voluntad de ampliarlo, la crisis económica y la falta de una partida presupuestaria ha dejado esta iniciativa en ‘stand by’.

La idea es que todo el antiguo convento del siglo XVIII se quede para museo, ampliándolo, y que las dependencias de Junta Central Fallera se trasladaran a otro punto de la ciudad en un proyecto bautizado como el ‘Casal Faller’, donde se incluirían salones de actos para concursos o actos oficiales, como ocurre en Alcoi, donde existe el Museu de la Festa y el Casal de Sant Jordi.

El proyecto no se ha desestimado, está guardado en un cajón, pero habrá que esperar a que el ciclo económico cambie y, sobre todo, haya voluntad de cambio. Hoy por hoy este proyecto es una total utopía.