Desde que se finalizaron las obras del Mercado Central en 1928, conjunto modernista espectacular y orgullo de los valencianos, ha coronado la cúpula principal del Mercado una cotorra que ha sido objeto de historias y leyendas. De forma oficiosa siempre ha sido el símbolo de los vendedores, parlanchina y un poco cotilla, pero sobre todo símbolo indiscutible de este centro mercantil que cumple un siglo de existencia; efeméride que los vendedores quieren celebrar por todo lo alto.
Precisar que el proyecto del mercado se presentó en 1914 y un año después, en 1915 comenzaron las obras. Su inauguración, como es sabido fue en 1828 y asistió el rey Alfonso XIII.
Callejear por este magnífico centro mercantil es sumergirse en la explosión fecunda de los colores de la fruta y la verdura, cuyos aromas penetran los sentidos. Callejear por las calles del Mercado Central no es sólo un placer para la vista o para el gusto, es un regalo para el olfato.
Las paradas de los herbolarios impregnan el ambiente con sus mercaderías de suaves aromas; olores que nos evocan exóticas costas y lejanos horizontes, como es el caso de la canela y el clavo de Ceilán; el pimentón de Murcia; el azafrán de La Mancha; el orégano, el hinojo, el muérdago y la perrera del Valle de Ayora, entre otros.
El mercado es un abanico de tentaciones para la cocina y el buen comer, por lo menos ese es mi personal punto de vista.
Pimientos, lechugas, calabacines y, sobre todo, los tomates que se amontonan ante el público. Sobre los tomates cabe destacar que la gente, en general, no sabe cada uno para qué sirve, según me explica el vendedor Joan Puig. “Si uno quiere una buena ensalada debe poner tomate femella, aunque es más feo pero más sabroso”. Curioso.
En el palco de las verduras se muestra un nuevo protagonista, el romanescu. Confieso que no la había visto por ello pregunto a María que me explica que este tipo de col “ es producto de unir las semillas de la coliflor y las del brecol. Como dice el refranero “Nunca te acostarás sin saber una cosa más”.
Los súbditos de Neptuno están aparte. El pescado y el marisco luce su brillante color sobre lechos de hielo picado y manojos de perejil. Estoy por afirmar que es una de las zonas del mercado más fotografiada, sobre todo por los extranjeros.
El motivo del Callejeando de hoy era otro, pero no he podido evitar hablar de lo que se cuece en las calles interiores del mercado después de un pausado recorrido. Hay mucho más hablar, pero lo dejo en una pincelada.
Pues bien como he referido al principio con motivo de su centenario se van a programar una serie de actividades y actos. Uno de ellos es la recuperación de la revista valenciana La cotorra del Mercat. Magnífica decisión, sobre todo por el protagonismo de dos valencianos: la música del maestro Leopoldo Magenta y el libreto de Paco Barchino; de este último los falleros, sobre todo nos acordamos entre sus obras: A la luna de Valencia, La barraqueta del nano, La bellesa fallera o La clavellinera del barri. ¿Quién no las ha llevado al teatro en su falla? Creo que casi todos, en otra época claro está. Paco Barchino fue un autor que como nadie supo plasmar el espíritu y el alma popular del pueblo, así como los tipos populares de cada barrio en sus sainetes.
Del maestro Leopoldo Magenta nos debe sonar L’artiste fallera, con letra de Tortosa Biosca; y las zarzuelas El ruiseñor de la huerta, estrenada en 1929 y La labradora, en 1933, sin olvidarnos de La Cotorra del Mercat que se estrenó en el desaparecido teatro Serrano en el año 1946. Sería toda una delicia volver a contemplar este revista valenciana en la que muchos de los temas que destaca son muy parecidos a los problemas que hoy tienen los españoles.