Llega el día esperado para la grey infantil. La plantá de su pequeña falla, en ocasiones grandiosas obras de arte, tiene lugar hoy mismo. Mañana las calles y plazas de nuestra ciudad se mostrarán cuajadas de pequeños monumentos falleros.
Por tal motivo y en memoria de mi buen amigo Juan Canet reproduzco uno de los muchos artículos que he escrito en su honor con la sola intención de recordar al artista considerado como el más grande entre los grandes.
Juan Canet Bonora, considerado como un mito de las fallas infantiles, sobre todo de la sección Especial donde reinó de forma incuestionable entre los años 1978 a 1990. El que fue considerado como “el Miguel Ángel del dibujo” por Genaro Lahuerta, profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde Canet cursó sus estudios, basó su trabajo en el más puro y , en ocasiones, dulzón barroquismo; estilo que le granjeó muchos admiradores y, sobre todo, detractores.
A Juan Canet lo conocí por medio de mi buen amigo Isidro Calvete, antaño presidente de la falla Espartero-Gran Vía Ramón y Cajal; comisión para la que plantó doce fallas, con diez primeros premios en Especial de los que nueve fueron consecutivos. Toda una proeza no conseguida por nadie en el apartado de los infantiles.
Juan tenía la ilusión, y así me lo expresaba una y otra vez, que su obra, la de 1987, alcanzase por décima vez consecutiva el primer premio con lo que habría que indultar el monumento fallero. No lo consiguió y provocó todo tipo de airadas manifestaciones del propio artista que veía una mano negra en el jurado, como me lo hizo saber en varias ocasiones.
El disgusto lo arrastró durante muchos meses y era tema en las conversaciones que manteníamos semanalmente alrededor de una taza de café y algún que otro carajillo de Fundador,que su compañero y colaborador Juan Navarro, conocido por el sobrenombre de “Sandalio” o “el Turco”, nos traía de un bar cercano hasta el taller, situado en una humilde edificación de planta baja y vivienda en Marchalenes.
El taller era una muestra de abandono por parte del artista, totalmente anárquico en cuyo espacio cabía de todo, cartón, moldes, pintura, botes de pintura usados y hasta unas jaulas con gallinas y pollos.
Para la historia quedan sus magníficas obras como referentes para la historia de las fallas infantiles.. Personalmente creo que el mundo fallero no ha sido nada considerado con un Juan Canet, ya que lo encumbró egoístamente y después lo dejó caer en el precipicio del olvido.
Menos mal que la historia no olvida y los que contamos con su amistad tampoco. Ahora se agolpan en mi memoria los ocho ninots indultados que consiguió, así como los primeros premios de Especial con anterioridad destacados. Sin embargo, en este mundo apasionante que como nadie supo crear Juan Canet no puedo olvidarme de otro genio como es Alfredo Ruiz, colaborador en calidad de escultor durante años en los proyectos creados por Canet.
La pintura detallista y minuciosa fue su arma más poderosa. Un aspecto destacado es que pintaba con acrílicos, material que manejaba como nadie. Para el recuerdo quedan, entre otras, “Pincelades valencianes” de 1981, toda una exuberante exaltación de los valores, costumbres y tradiciones valencianas; Los Reyes Magos de 1882; Valencia artesana y marinera, de 1984, calificada por la prensa y público como una joya inigualable.
Acerca de esta falla cuyo remate no era otro que una góndola tirada por tres caballos alados, se montó en el taller y fui espectador de privilegio de como logró la composición deseada tras numerosas pruebas con sus enfados correspondientes.
Otra de las obras dignas de destacar fue La primavera en 1988. Una inspiración goyesca en la que como era natural Juan Canet desplegó todo su arte pictórico de oros y puntillas. La falla tenía como base un bordador sobre el que jugaba un grupo de goyescos manteando al personaje conocido por El pelele. La escena era contemplada por una pareja de lagartijas, ella con mantón de manila. Y aquí la anécdota.
Las lagartijas las contemplé pintadas un día y al siguiente estaban nuevamente de blanco. Pregunte a Juan y me dijo: “Anoche bajó, la vivienda tenía una escaleta interior que se conectaba con la planta baja-taller, y las pintó de blanco porque no había logrado lo que él deseaba”. Después de tres o cuatro días se pudo volver a contemplar a las lagartijas de un espectacular color y, sobre todo, el mantón de manila de la lagartija hembra de un realismo impresionante. Así era la pintura de Juan Canet.
En la comisión de Na Jordana plantó dos fallas. Una de ellas la recuerdo perfectamente era la titulada “València, bressol d’artistes” con la que alcanzó su décimo tercer primer premio. Otro magnífico trabajo fue la titulada “Xinesos i valencians, cosins germans”, otra locura de falla inspirada en una fantasía oriental.
Opino que la espoleta de la frustración y la desesperación, que ya no abandona en años posteriores, nace cuando le otorgan el décimo premio de Especial infantil con una falla para Archiduque Carlos-Chiva. Todo un mazazo a su trabajo que lo convirtió en un ser solitario y resentido.
Juan Canet demostró ser un maestro del detalle, supo captar, como una visión exacta, todo lo que constituye el mundo de lo minúsculo. Ejemplos, muchos, pero para mí reseñable el grupo de tailandesas de su fantasía oriental para la falla Na Jordana, en 1992, y el catafalco “Valéncia, bressol d’artistes”, inspirado en el famoso cuadro de Sorolla, “Las pescadoras”, sin olvidar el espectacular grupo de goyescas, anteriormente mencionado, manteando “al pelele”, nacido de la contemplación de la misma obra que el pintor, Goya, creó en 1791 y por el que tenía auténtica pasión junto a Velázquez..
La observación de estas y otras creaciones del genial Canet, porque era un artista genial, nos señalan que nada dejaba a la improvisación ni se perdía en fáciles pinceladas. A sus trabajos les puso todo su corazón, porque corazón es lo que las fallas necesitan.