Contemplando el abanico de colores que configuran los partidos políticos y qué es lo que ofrecen para captar votos del mundo festivo y en especial del fallero, me viene a la memoria una pequeña pieza musical escrita por Albert W. Ketelbey, en 1920, titulada “En un mercado persa”; composición de gran fuerza descriptiva con la que el autor intentó pintar el bullicio de un mercado en Bagdad, donde se vende y se compra aquello que interesa.

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La bella obra musical está dividida en varios cuadros que trasladándolos al panorama electoral podían quedar así: “Llegan los camelleros”, algo similar a lo que hacen los aparatos de los partidos preparando el terreno. “Los mendigos piden limosna”, las candidaturas piden que se les escuche. “Los juglares aparecen en el mercado”, todos cantan sus buenas intenciones y, sobre todo, lo beneficioso de sus propuestas convirtiéndose en encantadores de serpientes. “El Califa pasa por el mercado”, llega el candidato que intenta eclipsar con su discurso y por último “El mercado pierde su animación”, después de las elecciones todo vuelve a la normalidad y los políticos cansados abandonan el mercado.

Los sondeos demoscópicos apuntan a la desaparición de las mayorías absolutas. A este respecto y dada la aparición de los llamados partidos emergentes, todos se ven obligados a pactar dado el fraccionamiento de los mismos. Todos sabemos que ponerse de acuerdo es bueno. Que, en principio, es mejor pactar y llegar a una solución que enfrentarse y no llegar a ningún sitio. Aquí y en la China. Lo que pasa es que hay tanto ego por metro cuadrado que es casi imposible ceder a las exigencias de todos. Sin lugar a dudas el mejor sondeo lo tendremos el próximo domingo.

Pues bien, toda esta introducción viene a reafirmarme en que siempre que estamos en un periodo preelectoral los partidos que participan se convierten en vendedores de ideas, proyectos y también humo que algunos ciudadanos compran y otros rechazan. Es lo lógico.

El tejido social que configuran las fallas es importantísimo y los políticos lo saben. De ahí que sólo cada cuatros años se derriten por este colectivo ofreciendo soluciones, bajo su particular punto de vista legal y democrático por supuesto, y después si te he visto no me acuerdo. Hay una frase que ha pasado a la historia y que algunos aún repiten con el fin de pescar votos: “Las fallas serán lo que los falleros quieran”. Me parto el pecho.

Algunos se miran en el espejo de la Federación de Alicante con buenas intenciones, para alcanzar esa deseada independencia, pero simplemente les diría que no es lo mismo, como tampoco lo es en la fiesta, aunque se coincida en algunos puntos.

Y también cada cuatro años se alzan voces nostálgicas, porque sólo son eso, acerca de la independencia de la Junta Central Fallera y no estar bajo el signo ideológico del político de turno. En muchos congresos se trató el tema, pero fue como predicar en el desierto; los trepas y peones de brega se encargaron que las ponencias no llegaran a buen puerto; lamentablemente los trepas siguen existiendo y algunos ni tan siquiera son falleros.

Recuerdo, entre otros, el VII Congreso General Fallero de 1988 que se inició en medio de una gran polémica sobre el cambio de algunas ponencias y especialmente la transaccional, que proponía la desaparición del presidente ejecutivo de la Junta Central Fallera. Vamos, que el fallero sea el que mande. Ni flores.

Los partidos y sus candidatos apuran los últimos días para pescar en caladeros que les pueden ser propicios, acuden a debates a dos, a tres y hasta a seis y en todos el “tú más” es el que triunfa y aburre al espectador o asistente in situ. Parece ser que embarrar los debates es lo que prima para algunos, cuando se debían enfrentar y defender programas, que es lo que interesa al ciudadano.