El pueblo valenciano honra hoy a su patrón, San Vicente Mártir, santo de gran repercusión mundial; solo hay que leer la magnífica obra del desaparecido canónigo, Vicente Castells Mahiques, titulada “Hagiotoponimia de San Vicente. Protomártir de Valencia” para darse cuenta de su espectacular proyección y del honor que tiene nuestra ciudad de haber albergado su martirio y muerte, en cuya rememoración tiene lugar un festejo sencillo pero de gran simbolismo.
Reliquia del brazo izquierdo de San Vicente Mártir que se venera en la Catedral
Siempre es bueno recordar nuestra historia, en este caso acerca de la restauración de la festividad del diácono Vicente. El 22 de enero de 1912, hace ahora más de un siglo, exactamente 104 años, cuando la fiesta de San Vicente Mártir fue restablecida en la ciudad de Valencia y sus poblaciones limítrofes después de un largo periodo de ausencia. El Papa Pío X, a petición de don Valeriano Guisasola, arzobispo de Valencia, tomó el acuerdo de reponer una celebración que, aunque nunca se había perdido en el ámbito religioso, había decaído como fiesta oficial y de precepto. La declaración, que causó especial satisfacción en la ciudad, vino a coincidir con la recuperación de la mayoría monárquica en el Ayuntamiento, que esta vez acudió oficialmente a los actos religiosos de la fiesta, que en 1912 cayó en lunes.
La noticia la dio LAS PROVINCIAS unos días antes de ese 22 de enero consagrado por el calendario litúrgico como fiesta de San Vicente Mártir. «Los católicos valencianos estamos de enhorabuena -decía el periódico-. Ayer (18 de enero) se recibió en la secretaría de cámara de este arzobispado un telegrama de Roma, comunicando que el Romano Pontífice, accediendo a las súplicas de nuestro venerable prelado, restablecía la fiesta de San Vicente Mártir para esta ciudad y sus arrabales».
La noticia añadía que el día anterior a la llegada del telegrama, el alcalde de Valencia, señor Bermejo, había estado en palacio arzobispal «para cumplimentar un acuerdo del Ayuntamiento, en el que se pedía el restablecimiento de dicha fiesta, por tratarse de uno de los Patronos de Valencia y uno de los santos más venerados por los católicos de esta ciudad».
Fue, en efecto, una de las primeras decisiones de la nueva corporación, en el cargo desde el 1 de enero, con una mayoría monárquica municipal que se había fraguado gracias a la alianza de conservadores y liberales en detrimento de los republicanos, perdedores de las elecciones de noviembre anterior. La constante oposición de los republicanos a las celebraciones religiosas públicas había dado paso a otro clima; que se evidenció a través de esta recuperación de una fiesta que se había perdido, de puertas afuera de los templos, hacía muchos años.
San Vicente Mártir nunca había dejado de estar presente en la devoción de los valencianos ni en las celebraciones de la Iglesia de nuestra ciudad. La Catedral nunca olvidó al diácono mártir de su calendario litúrgico. Pero ciertamente, con el paso del tiempo, San Vicente Ferrer había eclipsado al santo del que llevó el nombre.
Pocos días después de publicarse esta noticia, Juan de Antaño, publicó un breve trabajo en el periódico en el que informaba de cómo el cronista de la ciudad, Luis Cebrián, había localizado un acuerdo municipal del año 1311, por el que se ordenaba dar limosna de pan a los pobres, en la Catedral, en la fiesta de San Vicente Mártir, prueba de que el día litúrgico era tenido también por la ciudad como una de las fiestas más relevantes.
Claro está que con el paso de los siglos el calendario litúrgico se fue simplificando y modificando. Ocurrió en el siglo XVI, pero después se fueron poniendo en vigor otras muchas revisiones, que llevaron a la decadencia del día de San Vicente Mártir como fiesta de precepto, mientras San Vicente Ferrer tomaba mayor preponderancia, en la Iglesia valenciana y universal.
La recuperación de la fiesta, el 22 de enero de 1912, revistió gran solemnidad. Aparte de las ceremonias que se celebraron en la Catedral, el público se sumó a la procesión de la tarde, a la que acudió toda la mayoría monárquica de la corporación, excepción hecha del alcalde, que estaba esos días en Madrid, cumplimentando a los Reyes y viendo de solventar el problema de las expropiaciones para abrir la calle dedicada a Amalio Gimeno, que era la actual del Marqués de Sotelo.